Estaban llegando al lugar donde la
habían encontrado. Tom llevaba a Laureen en su coche mientras que
los dos agentes de policía los seguían de cerca. Tom le había
estado contando a Laureen las extrañas circunstancias en las que
habían encontrado a Karen.
—Estaba irreconocible —había
dicho Tom—. Apareció completamente desnuda, en medio de un campo
de heno de algún granjero de las afueras. Llevaba no sé qué
escrito en la espalda. Parecía confusa y desorientada. Ni siquiera
me reconocía.
Tom también le había dicho que
intentó meterla en el coche y llevársela a casa, pero justo en ese
momento aparecieron varios agentes de policía y se lo impidieron por
todos los medios. Al parecer, según le habían dicho, Karen no se
iría a ningún lugar, eran órdenes de arriba.
Avanzaban por un camino sin
asfaltar, lleno de baches, que conducía hacia las montañas. Por
allí solo había campos de diferentes cultivos y de vez en cuando
alguna vieja casa o granero. Tras un largo trecho por aquel tortuoso
terreno, giraron hacia la derecha y divisaron a la muchedumbre unos
metros más adelante.
—Es aquí —dijo Tom, reduciendo
la marcha del vehículo—. La tienen resguardada en uno de los co...
¡¿Qué demonios...?!
La última vez que Tom la vio,
Karen se encontraba arropada con una manta en uno de los coches
patrulla, con algunos agentes haciéndole preguntas. Algunos curiosos
se habían conglomerado en torno al lugar de los hechos y charlaban
entre ellos, casi todos eran granjeros y campesinos de los
alrededores. En cuanto bajaron del coche un hombre se acercó hacia
ellos. Era el granjero Ólafsson, un tipo robusto y con la cara llena
de pecas. Con él estaba su hijo Zach, ambos fueron los primeros en
haber visto a Karen. Tom conocía a aquel joven porque trabajaba en
la gasolinera del pueblo.
—¡Diantres, Tommy! ¡Por fin has
vuelto! —el granjero Ólafsson tenía esa voz grave y desgastada de
un hombre que llevaba fumando a diario desde los nueve años—. Se
han
llevado
a tu amiga la rubita. Esos malditos cuervos de uniforme —escupió
al suelo.
Tom parecía al borde de un
infarto. Laureen permanecía a su lado, en silencio, pero con los
ojos llenos de ira e impaciencia.
—¿Quiénes? ¿Y a dónde se la
han llevado? —preguntó Tom.
—Vinieron unos tipos. Todo
ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Hasta la policía parecía
tenerles miedo. Iban de negro, un par de ellos con gabardina, como si
fueran el jodido FBI. La metieron en una furgoneta negra y se la
llevaron. Al lado de esas personas los agentes de policía parecían
corderitos descarriados. Esto no pinta bien, muchacho.
Tom y Laureen se miraron,
incrédulos. Karen había desaparecido por segunda vez.
—Señores —era el agente
Richard Stevens—, me temo que este asunto se escapa a nuestro
control. Os agradecemos la colaboración.
Luego añadió, dirigiéndose a
Laureen:
—Señorita Thompson, lo único
que sabemos es que su novia está a salvo, le están haciendo
pruebas. No sabemos nada más. Tome —le entregó una tarjeta—,
este es su contacto. Solo él contestará a sus preguntas. Lo siento.
No podemos hacer más.
Laureen observó la tarjeta.
—No hay ningún teléfono —dijo.
—Así es. Solo trae el nombre de
la persona que la llamará a usted. Buena suerte, Laureen.
El agente giró sobre sus talones y
se largó de allí, junto con el resto de policías.
La situación empeoraba por
momentos. Laureen, pese a su autocontrol, estaba a punto de llorar de
impotencia, mientras que Tom maldecía constantemente y se sujetaba
la cabeza con las manos. Era como una pesadilla, solo que aún no
sabían que la pesadilla no había hecho más que comenzar.
—Vengan a casa, he de contarles
algo —dijo el hijo de Ólaffson, el cual había permanecido callado
hasta el momento. A continuación, metió la mano en el bolso de su
camisa y sacó una cajetilla de tabaco—. ¿Fuman?
La casa de Ólafsson y Zach era
realmente humilde. En cuanto se acercaron, un enorme perro negro
atado a una estaca comenzó a ladrar con efusividad. Al lado de la
entrada había una bicicleta vieja que quizá en algún tiempo había
sido roja. Tom recordaba haberla visto antes en la gasolinera, así
que Zach la debía de utilizar como medio de transporte, a pesar de
que tardaría al menos media hora en llegar hasta allí.
Una vez dentro de la casa, el
granjero Ólaffsson gruñó algo acerca de una botella que parecía
muy importante para él y se dirigió a la despensa. El resto se
sentaron frente a la chimenea apagada, en unos cómodos sillones de
cuero de gran calidad.
—Yo la encontré —dijo Zach—.
Sif, nuestra perra, no paraba de ladrar. Eran las cinco de la mañana,
así que avisé a mi padre, cogimos un par de escopetas, y salimos
afuera.
Ólaffson había regresado. Traía
una polvorienta botella de cristal con una extraña etiqueta. Era
whiskey, traído hacía muchos años de su tierra natal. Se sirvió
un poco en un vaso y se lo bebió de un rápido trago. Después,
asintió para sí y sirvió una pequeña copa a cada uno y de nuevo,
otra para él.
—Empezamos a gritar para
asustarla —continuó Zach, tras beber un trago de su vaso—,
pensábamos que era algún tipo de criminal. Pero ella no se inmutó,
no parecía entendernos. Cuando nos acercamos más, vimos que estaba
desnuda y desorientada y que tenía algo escrito en la espalda.
—¿Qué tenía escrito? ¿Llevaba
algún signo de violencia en el cuerpo? —dijo Laureen.
—Sujeto analizado: positivo
—la voz grave de Ólaffson sonó desde atrás, sobrecogiéndoles.
—No te preocupes —continuó
Zach—, yo no he visto marcas de ningún tipo, no creo que la
hubieran agredido sexualmente.
—Es increíble... —el granjero
Ólaffson hablaba casi sin dirigirse a ellos, como enfrascado en sus
pensamientos—. Treinta años después la misma mierda.
—¡Padre! Por favor.
Ólaffson se acercó a ellos, tenía
el rostro sombío y sus espesas cejas le daban cierto toque
misterioso a su aspecto.
—Tened mucho cuidado en dónde os
metéis, muchachos. Vuestra rubita no es la primera víctima ni será
la última —a continuación posó su vaso y se puso el chaleco—.
Me voy a dar una vuelta. Espero que Zach no os llene la cabeza de
pájaros. Siento tener que decíroslo, pero me temo que no tenéis
nada que hacer.
Ólaffson se marchó de su casa.
Por la ventana vieron cómo se echaba al hombro algún tipo de
herramienta para la tierra y se llevaba a la perra. Tom fue el
primero en romper el silencio:
—¿A qué se refería tu padre,
si puede saberse?
Zach suspiró.
—Esta historia no es nueva para
él, ni para mí. Vuestra amiga llevaba escrito lo mismo que mi madre
antes de morir.
Laureen sintió un escalofrío. Tom
dirigió una inquieta mirada a las cenizas que había en la chimenea.
Zach los obervó con cautela, luego bebió otro trago.
Instantes después, el teléfono de
Laureen sonó.
uysss uysss que me lo pierdooooooo. Casi llego tarde. Un besazo.
ResponderEliminarBuenos días!!!Soy Esther G.R. del blog El Lado Oscuro y también formo parte de la iniciativa "Seamos seguidores". Te sigo y te dejo el enlace a mi blog para que te pases.
ResponderEliminarhttp://esthervampire.blogspot.com.es/
Un abrazo y nos leemos.