Llevaban largo rato caminando, internándose cada vez más en el lóbrego bosque. Los siete animales formaban una hilera perfecta, sigilosos y ágiles iban esquivando ramas y arbustos dirigiéndose por una senda que parecían conocer a la perfección. Cynthia iba justo en el centro, con tres gatos delante y tres detrás, como si la estuvieran escoltando para que no se perdiera o para que no corriera ningún peligro. La vegetación era tan densa que no corría el aire ni se podía ver la luz de
Cynthia estaba atónita, sus compañeros
nunca se habían comportado de tal forma. Normalmente parecían sus súbditos, era
ella quien los llamaba para que la ayudaran en sus tareas nocturnas mientras
que ellos obedecían sin rechistar. Pero ahora era diferente, ya no tenía
influencia sobre ellos. Intentaba preguntarles a dónde la llevaban pero ellos
no parecían escucharla. Seguían su camino, internándose en el bosque cada vez
más frondoso y prácticamente inaccesible para cualquier otra forma de vida,
sobretodo para los humanos. El primero de ellos, al que todos seguían, era más
pequeño que los demás, y a Cynthia le transmitía algo especial e intenso, casi
peligroso. No sabía qué pensar de todo aquello, pero algo le decía que
continuara.
De súbito, tras un larguísimo y lento
trayecto, el bosque se terminó y un enorme claro se presentó ante ellos.
Cynthia se detuvo y observó la situación. Estaba ante un lugar extremadamente
extraño. En un radio alrededor de una gran roca de más de dos metros no crecía
ni una sola planta, sin embargo la luz de la luna tampoco podía entrar allí,
pues las copas de los árboles que había alrededor formaban una especie de
tejado con sus gruesas ramas entrelazas sobre el claro y sobre sus cabezas. Su
compañía empezó a colocarse, sin prisa y con gran disciplina, en torno a la
gran roca central, tal como hacían cuando ella los llamaba desde la orilla del
lago. Al comprender lo que pasaba, ella les imitó y se sentó en el lugar que le
correspondía.
Tras unos instantes de impaciencia, algo
parecía ocurrir, por fin, en frente de ella. Cynthia podía llegar a vislumbrar
unos pequeños destellos al otro lado de la roca, al mismo tiempo que unos
poderosos susurros se clavaban en sus tímpanos, tan penetrantes como si
proviniesen de su propia conciencia. El tiempo parecía detenerse y un
estremecimiento le recorrió todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Su
pelaje incontrolablemente se erizó.
—Calma, joven shareek —dijo alguien desde
el otro lado de la roca—. Ya he terminado, estás a salvo.
Era una voz femenina, grave y dulce al
mismo tiempo, tan imponente como tierna. Cynthia, casi en contra de su
voluntad, se tranquilizó ligeramente y su pelaje volvió a su estado normal.
La mujer misteriosa se mostró ante ella. Era
indudablemente hermosa y extraña al mismo tiempo. No se parecía a ninguna
persona que Cynthia pudiera haber visto antes, incluso si hubiera vivido mil
años. Aquella mujer tenía el pelo anaranjado y la piel tan blanca que casi
brillaba. Vestía con una reluciente y extraña túnica blanca, la cual comenzaba
en el cuello, justo debajo de su barbilla, y terminaba más allá de sus pies,
arrastrándose por el suelo tras ella. Un estilizado encaje le cubría completamente
desde las muñecas hasta el cuello. Sus ojos eran grandes y verdes, y sus pupilas no eran las habituales. Cynthia se sorprendió al ver que tenían forma de estrella de cuatro puntas. En la mano llevaba una flauta vieja y ennegrecida.
Cynthia quiso preguntarle algo, quería
saber quién era aquella mujer y por qué la había llamado, pero se había
olvidado de que estaba transformada en un animal y no podía hablar, al menos no
podía hacerlo de la forma en la que estaba habituada. Cuando tenía forma humana
o animal, no le costaba comunicarse con sus compañeros felinos, no sabía exactamente
cómo lo hacía, pero era algo innato en ella que le salía con relativa facilidad.
Esta vez era diferente. Dentro del cuerpo de aquel gato le resultaba imposible
comunicarse con su anfitriona. Se sintió impotente e indefensa. Por un momento
pensó en volver a su forma humana, pero sin ninguna prenda a mano, aparecería
irremediablemente desnuda, y se sentía demasiado pequeña e insegura delante de
aquella poderosa mujer como para mostrarse tal como su madre la trajo al mundo.
Sin embargo, fue la mujer la que, acercándose a ella a grandes y lentos pasos,
prosiguió hablando.
—Has venido a mí, has escuchado mi llamada —la mujer caminaba levantándose ligeramente la túnica para no tropezar—. Por
ello te doy las gracias.
Aquella voz era embriagadora. Cynthia
pronto se dio cuenta. Las palabras quedaban suspendidas en el aire, en una
especie de eco, como si fueran recuerdos que flotasen en su mente, en lugar de
sonidos del exterior.
—Háblame —la mujer se agachó con delicadeza
ante la pequeña forma negra y peluda que era Cynthia. Los demás gatos
permanecían en sus lugares, impasibles y tranquilos, contemplando la escena. La
mujer posó una mano sobre Cynthia y la acarició. Era la primera vez que alguien
la tocaba en forma animal. Poco a poco se tranquilizó. Las caricias eran
cálidas y suaves y le proporcionaban una gran seguridad. Su miedo hacia aquella
forma humana fue desapareciendo—, puedes hacerlo, aunque no lo creas, joven
shareek. Simplemente háblame, piensa en algo que quieras preguntarme y sácalo
de tu interior. Sé que tienes muchas preguntas. Para obtener respuestas, debes
aprender a preguntar. No tengas miedo.
Y Cynthia dejó de tener miedo, y habló.
— FINAL DE LA PRIMERA PARTE —