La familia Lange esperaba en el salón de su humilde casa mientras una curandera con la tez oscura como el carbón le atendía. La casa de la familia Lange tenía dos pisos. Arriba había tres habitaciones. Abajo estaba la cocina y un baño, y según entrabas por la puerta principal, había un gran espacio cuya función era al mismo tiempo la de una sala de estar, un comedor y un hall. Allí era donde la curandera intentaba bajarle la fiebre a Halder. Adam, su hermano mayor, acababa de llegar de la cocina y le entregaba un vaso de agua a su madre. Hugo, el siguiente en edad, se dejaba abrazar por Suni al lado del cuerpo de su hermano enfermo.
Halder no había muerto, pero estaba sumido
en un sueño profundo e imperturbable del que hasta el momento no había podido
salir. Estaba tendido en el sofá, sobre una toalla. La mujer que le trataba le
aplicaba pócimas, medicinas, perfumes con esencia de sus más poderosos
elixires, pero todo era inútil. El cuarto seguía apestando a incienso y Halder
Lange no mostraba un atisbo de vida más allá de su pausada y rítmica
respiración.
—Le obligaré a descansar hasta que se
recupere —le decía el Señor Lange a su mujer para tranquilizarla—, si hace
falta le ataré a la cama.
—Niña, acércate —dijo la curandera, tras haber estado reflexionando unos segundos, dirigiéndose a Suni—. Mantén este paño húmedo y frío sobre su
frente. Ahora está dormido, y dormirá hasta el amanecer. Pero tiene mucha
fiebre. Necesito algo más potente. Tengo que volver.
La curandera se puso a recoger sus cosas a
toda prisa.
—¿A dónde va? No puede irse ahora —la Señora Lange
se levantó y avanzó hacia la curandera, iracunda e impotente—. Nos dijo que lo trataría, ¡no puede irse ahora!
—Claro que puedo irme ahora —la curandera
miró fijamente a la madre de Halder a los ojos, como si la estuviera retando a
que le contestara. De pronto, hablaba con un tono muchísimo más duro que
mientras trataba a su hijo—. Y claro que me iré. Necesito algo más potente para
detener esta enfermedad, algo que pueda llegar más adentro. Su hijo se va a morir si no hago algo. Existe una
línea que no debe sobrepasar, y si lo hace, será demasiado tarde. Su hijo está
muy cerca de esa línea. Tengo que irme, y me iré ahora mismo, Señora. Volveré en cuanto me
sea posible, si a usted le parece bien. Adiós.
La familia Lange al completo se quedó sin habla.
La curandera salió por la puerta con gesto enfadado. Nadie se atrevió a decir
nada durante unos instantes. Se sentían impotentes. El primero en hablar fue
Adam.
—Está bien. Yo me quedaré con él —se acercó
a su madre y le puso una mano en cada hombro—. Madre, debes descansar o
acabarás como él. Tú también, padre. Iros todos arriba y descansar. Lleváis
demasiado tiempo respirando este aire cargado y necesitáis despejaros. Yo me
ocuparé de Halder y luego lo harán Hugo y Suni. Dijo que volvería, confiemos en
ella, no tiene fama de ser incompetente, al contrario. Iros a dormir y reponer
fuerzas para mañana.
—¿Suni? ¿Me has escuchado? —dijo Adam con
calma—. Vamos, ve a dormir, yo cuidaré de él.
—Aún tengo fuerzas para quedarme, no te
preocupes por mí. Me quedaré.
—Suni, escucha…
—¡Que no! Adam, ya te he escuchado.
¡Escúchame tú a mí! Te estoy diciendo que no me pienso mover de aquí. No me voy
a separar ni un segundo de él, me digas lo que me digas.
—Bien —Adam suspiró—. Haré algo para comer.
Estaban más hambrientos de lo que creían.
Adam trajo algo de queso y pan, y también un par de huevos cocidos para cada
uno. También trajo leche caliente. Comieron y bebieron despacio y en silencio.
Cuando terminaron. Adam recogió y lavó los platos y luego se puso a leer un
libro para despejar la mente. Suni estaba sentada en el suelo, con la cabeza
apoyada en el sofá en el que Halder estaba tendido. Adam se dio cuenta de que
tiritaba ligeramente.
—Ya empieza a hacer frío, iré a por unas
mantas —dijo Adam. Suni asintió con la cabeza—.
Cuando Adam regresó al salón, observó,
desde lo alto de la escalera, que Suni hablaba con un extraño que había llamado
a la puerta. Era un hombre encapuchado que vestía completamente de negro. Adam
vio como su hermana cogía algo que aquel hombre le entregaba. Pensó que podría
ser alguien peligroso, a aquellas horas de la noche. Tiró las mantas al suelo y
bajó sigilosamente por las escaleras, intentando prestar atención a lo que
hablaban. Fue inútil. El hombre desapareció tan pronto como había llegado. Suni
cerró la puerta y miró a Adam, desconcertada.
—¿Quién era? ¿Qué te ha dicho? —preguntó
Adam—.
—No lo sé —Suni le mostró un sobre a su
hermano, estaba algo sucio y arrugado—. Me ha dicho que alguien nos envía un
mensaje, le he preguntado pero no ha querido decirme nada más.
—Quizá se ha confundido de casa…
Suni le señaló a su hermano una esquina del
sobre donde se podía leer claramente “Lange”. Ambos se miraron extrañados. Adam
abrió el sobre y juntos leyeron el mensaje. Se quedaron anonadados.
—Hay que aguantar hasta el amanecer —dijo
Adam, procurando tranquilizar a su hermana pequeña—, seguramente volverá la curandera cuando menos nos lo esperemos y sabrá
lo que hay que hacer. Esto significa que no piensa olvidarnos.
Adam cogió las mantas de donde las había
dejado y arropó a su hermana. Después le cambió el paño húmedo de la frente a su
hermano, el cual no había experimentado ni la más mínima evolución desde que la
curandera se hubiera ido horas antes. Se sentó en el sillón, sin dejar de
pensar en el mensaje que aquel extraño hombre les había entregado en medio de
la noche. Las horas pasaban lentas y pesadas, su hermana ya había sucumbido al
sueño y por fin descansaba, respirando profundamente.
Al fin llegó el amanecer. Los primeros
rayos de sol del día luchaban por iluminar de nuevo el mundo. Algunos tímidos
pájaros comenzaban a cantar afuera, en los árboles y en los tejados. De pronto,
alguien llamó a la puerta. Adam estaba sentado en el suelo, apoyado sobre la
puerta principal, así que los golpeteos le sobresaltaron. Abrió rápidamente,
pensando que podría ser la curandera. No se equivocó. La mujer entró sin
saludar ni pedir permiso, con el rostro cansado y a grandes zancadas.
—¿Qué
habéis hecho? —la voz de la mujer era casi un susurro dirigido a nadie en concreto. Adam no comprendió la pregunta.
De pronto se acordó de algo y miró a donde ella miraba, hacia el sofá—.
Suni se había despertado con la llegada de
la curandera, cuando levantó la mirada, comenzó a gritar. Halder Lange ya no
estaba tendido en aquel sofá, había desaparecido. Detrás de la puerta, al lado
del lugar donde Adam se había quedado dormido, había un sobre algo sucio y
arrugado con el siguiente mensaje:
«Está
en peligro. Y vosotros también. Niña, mantén el paño frío y húmedo, que no le
empeore la fiebre. Ni se os ocurra dejarlo solo. Todo depende de ello. Si lo
hacéis las consecuencias podrían ser desastrosas. Para todos.»
Se te da bien lo de dejar con las miel en los labios! Me ha gustado encontrar tu blog.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias por tomarte tu tiempo en leerme. Estos siete primeros capítulos publicados hasta ahora son una especie de "prólogo" para lo que viene después.
EliminarUn saludo y encantado de tenerte por aquí.