Habían
pasado casi nueve horas desde la desaparición de Karen. Lo primero
que hizo Laureen fue llamar a todos sus conocidos, por si estaba con
alguno de ellos. También les dijo que estuvieran alerta y que era
altamente probable que la hubieran secuestrado. Después, llamó a su
amiga Rosie, una madre soltera que conocía desde la adolescencia,
quien la convenció para pasar la noche en su casa y llamar a la
policía a primera hora de la mañana.
—Le ha pasado algo, estoy segura.
Laureen hablaba con los dos agentes
de policía que se habían acercado a casa de Rosie tras atender su
llamada. Eran la agente Sheyla Dunham, que tomaba nota de todo lo que
Laureen le contaba, y Richard Stevens, un hombre joven y esbelto que
se mantenía de pie, apoyado en la pared y escudriñando el exterior
de la ventana. Mientras tanto, Rosie permanecía en la cocina dándole
el desayuno a su hijo.
—¿Qué estaba haciendo Karen
McGraw cuando la vio por última vez? —La agente Dunham hablaba con
un tono neutro y profesional.
—Estábamos viendo la televisión
en el cuarto. Sonó el teléfono y Karen fue a cogerlo. No fue una
conversación excesivamente larga, pues volvió al poco tiempo —La
agente Dunham, sentada frente a Laureen, tomaba apuntes a gran
velocidad mientras asentía con la cabeza—. Y, no sé... Cuando
volvió parecía preocupada por algo, no recuerdo lo que me dijo. Esa
fue la última vez que la vi.
—¿Se llevaban bien? ¿O
discutían a menudo?
—Nos llevamos perfectamente y no
hemos discutido desde hace meses. Si piensa que ha huído de mí,
descarte esa opción. Conozco a Karen y le aseguro que ella no es
así. Karen no es una persona impulsiva y si tiene algún problema no
es de las que se lo callan, es imposible que se haya ido por voluntad
propia. Estoy segura de que la han secuestrado. Ya ha visto la
sangre.
—¿Sabe de alguien que pueda ser
sospechoso? Quizá algún exnovio celoso o tal vez un cliente
obsesionado con ella. Ha mencionado usted que su lugar de trabajo
está lleno de hombres un tanto descarados.
—Babosos. Ese es el
térnimo exacto que he utilizado —Laureen empezaba a
impacientarse—. Y no, no se me ocurre ningún posible sospechoso,
pero comparto la idea de que haya podido ser alguien del Manson's. Es
prácticamente al único sitio que va cuando sale sola de casa. No es
posible que haya sido ningún exnovio porque yo soy la primera pareja
estable que Karen ha tenido.
El agente Stevens colocó una mano
sobre la funda de su arma.
—Alguien se acerca. Es un coche.
Está entrando en la propiedad.
Laureen se levantó despacio,
conteniendo la respiración, y observó cautelosamente el exterior.
Conocía aquel coche, pero no era el de Karen. Era el de Tom.
—Es un amigo de Karen —dijo
Laureen, emprendiendo el paso hacia la puerta—. Estará preocupado.
—Recuerde, señorita Thompson —el
agente Stevens le colocó una mano sobre el hombro para detenerla—:
cualquier persona de su entorno es un potencial sospechoso. Nosotros
no estaríamos aquí si los criminales no hubieran aprendido a
esconderse.
Laureen reflexionó unos instantes,
luego dijo:
—Lo tendré en cuenta. Gracias.
Tom ya había aparcado el coche, se
había bajado y llegaba corriendo al porche cuando Laureen abrió la
puerta.
—¡Te he estado llamando! —dijo
Tom, con tono alterado—. ¿Cómo se te ocurre no decirme dónde
estabas? He ido a tu casa y no he visto tu moto, luego se me ocurrió
que podías estar aquí.
—Tranquilo, Tom. Estoy con la
policía. ¿Qué ocurre?
—La he encontrado.