martes, 10 de junio de 2014

EL LAGO OLVIDADO. Capítulo III. Renacer.

     






    Al momento todas las miradas se dirigieron hacia él y el populacho enmudeció. Pero solo un instante antes de que los gritos, las maldiciones y los rezos abarrotaran la plaza. Cynthia estaba entre la multitud. Había observado desde el otro lado del círculo de gente cómo aquel joven se había desvanecido repentinamente.

    «¿Qué le habrá pasado? una idea se le pasó por la cabeza, tan fugaz como un relámpago. ¿Habrá sido una casualidad o...?» Ignoró sus pensamientos por el momento y se marchó de la plaza, no sin antes girar la cabeza para echar una última mirada al muchacho.

    Regresó al orfanato donde vivía y trabajaba. Una preciosa pero desgastada verja negra de dos metros rodeaba el edificio, dejando solo un pequeño jardín donde crecían algunas coloridas flores. Hoy era su único día de descanso de la semana, cualquier otro día se hubiera dirigido a las cocinas a charlar con su amiga y cocinera la anciana Señora Joy, pero esta vez se dirigió a su cuarto. La cama estaba hecha y por la ventana abierta entraba un tímido olor a césped. Abrió con llave su cómoda, donde guardaba sus cosas y tras revolverlo todo hasta llegar al fondo del mueble, agarró la tapa dura de un libro y lo sacó. Hacía tiempo que no ojeaba aquel libro. Era completamente negro. Viejo y negro. No tenía título, ni en ningún rincón se podía ver el nombre del autor. Se sentó en la cama y lo abrió sobre sus rodillas. Algunas páginas contenían solo texto, otras símbolos, muchas estaban en blanco. No tenía capítulos ni estaba organizado de alguna forma aparentemente coherente. Era como un enorme diario de algún loco que se había dedicado toda su vida a escribir delirios y dibujar símbolos sin sentido. Pero no era así, aquel extraño lenguaje sí tenía sentido, ella lo sabía.

    Pasaba las páginas con delicadeza, buscando algo en concreto, pero no lo encontraba. De repente, algo se posó en el alféizar de la ventana. Un pequeño gato negro había saltado hasta ahí, pues no había mucha altura. Se sentó y se lamió una pata. Luego permaneció observándola.
    «Puede que este no sea el mejor momento ni el lugar para leer esto pensó, cualquiera podría estar mirando.» Cerró de golpe el gran libro y lo guardó en su sitio.
    Llamó al joven gato ofreciéndole las palmas de las manos, él dio un brinco hacia la cama y se enredó entre sus brazos. Recordaba a aquel pequeño. Fue lo primero que vio cuando nació...

    Era una noche lluviosa, la tierra estaba húmeda y blanda, lo cual había facilitado las cosas. Estaba enterrada viva. Todo estaba oscuro, le faltaba el aire. Notaba un gran peso sobre su cuerpo y escuchaba el sonido sordo de las gotas sobre la tierra, por encima de ella. También oía un agudo maullido. Se hizo paso con ansiedad entre la tierra mojada hasta llegar a él. Notó una ligera brisa en la cara, la brisa de la vida. Allí estaba su compañero. Sentado, mirándola y maullando hacia el cielo. Sonrió y salió de su tumba. Tenía el espeso pelo negro lleno de tierra mojada, lo cual hacía que le pesara un montón. Se sorprendió al ver el precioso vestido con el que habían enterrado a aquel cuerpo. Aunque manchado y roto por alguna parte, era de una belleza y una calidad innegables.

    Miró hacia el cielo, dejando que la gélida lluvia del invierno le empapara la cara y el cabello. Intentó recordar, pero era en vano. Imágenes distantes se colaban en su cerebro, y una rabia incontenible le subía por el estómago cuando recordaba la manera en la que había muerto. Observó el inhóspito lugar donde estaba. En el suelo había un velo, semienterrado en el agujero de donde ella había salido. Lo recogió y lo limpió con cariño. En la diadema que lo sujetaba vio una "C" cosida a ella con gran esmero.

    «No recuerdo casi nada de mi vida pensó mientras miraba aquel velo, no sé dónde estoy... Pero si sé que sufrí una muerte injusta. Cynthia será mi nombre en esta nueva vida, y no volveré a cometer los mismos errores que en la otra... lo juro.»

    El pequeño gato había dejado de maullar y jugueteaba entre las piernas de la joven.
    —Lo juro susurró mientras apretaba el velo en un puño.




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