Bajo un mar de estrellas, el cuervo
vigilaba las tinieblas desde la copa de un árbol. Había viajado
mucho, desde muy lejos, y aquella era una tierra extraña para él.
Los árboles parecían más altos y más fuertes, la noche más
oscura, y sus ojos veían detalles de la naturaleza que nunca antes
había observado. Aún asi, después de tanto tiempo sobrevolando el
mundo, los objetos luminiscentes permanecían en lo alto casi
invariables, como poderosos ojos guardianes de los vivos y de los
muertos. El cuervo escuchaba atentamente en la oscuridad, apreciando
sonidos que nunca antes había oído. Todo era diferente pero al
mismo tiempo todo le resultaba extrañamente familiar. Ahora sus alas
habían crecido, al igual que las ramas de los árboles, y se sentía
más fuerte que antes de haber emprendido el viaje que le había
llevado hasta allí. Quizá ahora pudiera alcanzar los objetos
luminiscentes de allí arriba, pues si podían verse significaba que también se
podía llegar hasta ellos. O eso creía él. Llegó el momento, pues las primeras luces del alba ya se dejaban ver entre las nubes. Aquello significaba que la espera había
concluido. Así que alzó la cabeza, estiró las alas, y de un salto
se lanzó hacia su destino.
lunes, 9 de noviembre de 2015
martes, 10 de marzo de 2015
El extraño caso de Karen McGraw. Capítulo IV
Estaban llegando al lugar donde la
habían encontrado. Tom llevaba a Laureen en su coche mientras que
los dos agentes de policía los seguían de cerca. Tom le había
estado contando a Laureen las extrañas circunstancias en las que
habían encontrado a Karen.
—Estaba irreconocible —había
dicho Tom—. Apareció completamente desnuda, en medio de un campo
de heno de algún granjero de las afueras. Llevaba no sé qué
escrito en la espalda. Parecía confusa y desorientada. Ni siquiera
me reconocía.
Tom también le había dicho que
intentó meterla en el coche y llevársela a casa, pero justo en ese
momento aparecieron varios agentes de policía y se lo impidieron por
todos los medios. Al parecer, según le habían dicho, Karen no se
iría a ningún lugar, eran órdenes de arriba.
Avanzaban por un camino sin
asfaltar, lleno de baches, que conducía hacia las montañas. Por
allí solo había campos de diferentes cultivos y de vez en cuando
alguna vieja casa o granero. Tras un largo trecho por aquel tortuoso
terreno, giraron hacia la derecha y divisaron a la muchedumbre unos
metros más adelante.
—Es aquí —dijo Tom, reduciendo
la marcha del vehículo—. La tienen resguardada en uno de los co...
¡¿Qué demonios...?!
jueves, 5 de marzo de 2015
Hitler y la democracia
Vivimos
en un momento histórico importantísimo donde la política está más
presente que nunca en la sociedad española y europea, lo cual es
algo muy positivo. El problema que provoca tantos incontrolables y
poco educativos debates televisivos o en las redes sociales es que no
todo el que habla se preocupa por informarse, e incluso algunos de
los que se informan son capaces de tergiversar la verdad y de
manipular datos premeditadamente para conseguir ciertos propósitos.
Habitualmente
se intenta desvirtuar la democracia diciendo que fue precisamente una
democracia la que permitió el ascenso de un dictador extremadamente
violento como Adolf Hitler al poder. Este es un argumento falaz ya
que la constitución de aquel entonces poseía vacíos legales que
permitían la instauración de poderes dictatoriales en ciertos casos
de extrema necesidad. Algo
que no es posible según las directrices de las democracias modernas.
Dentro
de toda esta desinformación hay un argumento que se utiliza muy
habitualmente para atacar a algunas opciones políticas de izquierdas
en particular y al sistema democrático en general. Se trata del mito
de que Adolf Hitler ganó democráticamente unas elecciones y
después, respaldó su tiranía en ese triunfo electoral. Esto es un
dato rotundamente falso, pues Hitler nunca obtuvo mayoría absoluta
en unas elecciones democráticas.
Entonces,
¿cómo fue realmente la llegada de Hitler al poder? Lo desarrollo en
las siguientes líneas.
lunes, 2 de marzo de 2015
Reseña de La isla mínima
En
la España de principios de los 80, en algún lugar de las marismas
del Guadalquivir andaluzas, dos policías, Juan Robles y Pedro Suárez
(Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo, respectivamente), investigan la
extraña desaparición de dos chicas menores de la zona.
Estamos
ante un largometraje de gran calidad en muchos aspectos, entre ellos
el desarrollo de la trama, el cual se nos presenta de una manera
magistral, haciendo que el espectador sienta que se le deshilacha el
misterio al ritmo justo y necesario.
Cine
negro, policíaco y/o thriller, como el lector prefiera, del director Alberto Rodríguez, que recuerda en gran medida a otra película española cuya trama es prácticamente igual,
solo que ambientada en la actualidad: Inocentes.
La
búsqueda de los secuestradores se complica a medida que se van
desmenuzando los misterios, a menudo atascándose en un muro de
silencio cómplice dominado por el poder del miedo y del dinero de
aquellos que pueden y saben ejercerlo. Interrogatorios lentos y poco
concluyentes en los que tanto poli bueno como poli malo parecen intercambiarse momentáneamente los roles ante la frustración de la
investigación.
La
película narra los acontecimientos generalmente con pocos diálogos
y buenos planos. Muy bien ambientada visualmente donde miles de
hectáreas de campos de cultivo hasta donde alcanza la vista, rostros
sombríos y la práctica total carencia de cualquier atisbo de
tecnología moderna nos transladan, efectivamente, a una época
post-franquista enfrascada en un contexto lóbrego y dramático, con
alusiones también a la lucha obrera, sobretodo al principio del
filme.
Poca
acción y pocos tiroteos (no estamos ante una superproducción
americana) y una muy buena actuación del gran Javier Gutiérrez, no
en vano galardonado con su primer Goya a mejor actor protagonista.
Junto
con la trama principal se desarrolla otra más sutil y a la vez,
menos elaborada. Se trata del enfrentamiento silencioso entre ambos
agentes de policía, ideológicamente opuestos, que desemboca en un
tenso cruce de miradas como última escena del aclamado metraje.
Título
original: La isla mínima
Año:
2014
Género:
thriller, drama
Dirección:
Alberto Rodríguez
Guión:
Alberto Rodríguez, Rafael Cobos
Reparto:
Javier Gutiérrez, Raúl Arévalo, Nerea Barros, Antonio de la Torre,
Jesús Castro
Música:
Julio de la Rosa
Fotografía:
Álex Catalán
Puntuación: 4/5
viernes, 27 de febrero de 2015
El extraño caso de Karen McGraw. Capítulo III
Habían
pasado casi nueve horas desde la desaparición de Karen. Lo primero
que hizo Laureen fue llamar a todos sus conocidos, por si estaba con
alguno de ellos. También les dijo que estuvieran alerta y que era
altamente probable que la hubieran secuestrado. Después, llamó a su
amiga Rosie, una madre soltera que conocía desde la adolescencia,
quien la convenció para pasar la noche en su casa y llamar a la
policía a primera hora de la mañana.
—Le ha pasado algo, estoy segura.
Laureen hablaba con los dos agentes
de policía que se habían acercado a casa de Rosie tras atender su
llamada. Eran la agente Sheyla Dunham, que tomaba nota de todo lo que
Laureen le contaba, y Richard Stevens, un hombre joven y esbelto que
se mantenía de pie, apoyado en la pared y escudriñando el exterior
de la ventana. Mientras tanto, Rosie permanecía en la cocina dándole
el desayuno a su hijo.
—¿Qué estaba haciendo Karen
McGraw cuando la vio por última vez? —La agente Dunham hablaba con
un tono neutro y profesional.
—Estábamos viendo la televisión
en el cuarto. Sonó el teléfono y Karen fue a cogerlo. No fue una
conversación excesivamente larga, pues volvió al poco tiempo —La
agente Dunham, sentada frente a Laureen, tomaba apuntes a gran
velocidad mientras asentía con la cabeza—. Y, no sé... Cuando
volvió parecía preocupada por algo, no recuerdo lo que me dijo. Esa
fue la última vez que la vi.
—¿Se llevaban bien? ¿O
discutían a menudo?
—Nos llevamos perfectamente y no
hemos discutido desde hace meses. Si piensa que ha huído de mí,
descarte esa opción. Conozco a Karen y le aseguro que ella no es
así. Karen no es una persona impulsiva y si tiene algún problema no
es de las que se lo callan, es imposible que se haya ido por voluntad
propia. Estoy segura de que la han secuestrado. Ya ha visto la
sangre.
—¿Sabe de alguien que pueda ser
sospechoso? Quizá algún exnovio celoso o tal vez un cliente
obsesionado con ella. Ha mencionado usted que su lugar de trabajo
está lleno de hombres un tanto descarados.
—Babosos. Ese es el
térnimo exacto que he utilizado —Laureen empezaba a
impacientarse—. Y no, no se me ocurre ningún posible sospechoso,
pero comparto la idea de que haya podido ser alguien del Manson's. Es
prácticamente al único sitio que va cuando sale sola de casa. No es
posible que haya sido ningún exnovio porque yo soy la primera pareja
estable que Karen ha tenido.
El agente Stevens colocó una mano
sobre la funda de su arma.
—Alguien se acerca. Es un coche.
Está entrando en la propiedad.
Laureen se levantó despacio,
conteniendo la respiración, y observó cautelosamente el exterior.
Conocía aquel coche, pero no era el de Karen. Era el de Tom.
—Es un amigo de Karen —dijo
Laureen, emprendiendo el paso hacia la puerta—. Estará preocupado.
—Recuerde, señorita Thompson —el
agente Stevens le colocó una mano sobre el hombro para detenerla—:
cualquier persona de su entorno es un potencial sospechoso. Nosotros
no estaríamos aquí si los criminales no hubieran aprendido a
esconderse.
Laureen reflexionó unos instantes,
luego dijo:
—Lo tendré en cuenta. Gracias.
Tom ya había aparcado el coche, se
había bajado y llegaba corriendo al porche cuando Laureen abrió la
puerta.
—¡Te he estado llamando! —dijo
Tom, con tono alterado—. ¿Cómo se te ocurre no decirme dónde
estabas? He ido a tu casa y no he visto tu moto, luego se me ocurrió
que podías estar aquí.
—Tranquilo, Tom. Estoy con la
policía. ¿Qué ocurre?
—La he encontrado.
martes, 24 de febrero de 2015
El extraño caso de Karen McGraw. Capítulo II
—¿Dígame?
—¿Es usted Karen McGraw?
—Sí.
—¿Es suyo un Volvo, modelo 850
GLT de color blanco?
—Así es, ¿por qué?
—¿Está usted sola en este
momento?
—Perdone, ¿con quién hablo?
No se oía nada.
—¿Hola? —Karen insistió—.
¿Quién es usted?
—Sí, perdone —el hombre
carraspeó—. Mi nombre es Ron Marshall, de la gasolinera que está
en frente del Manson's Coffee. La conozco porque una vez tuvo que
mostrarme su DNI y tengo bastante buena memoria. El teléfono lo he
buscado por una guía.
A Karen le recorrió un escalofrío
por la espalda.
—Verá, señorita McGraw. Hoy he
estado revisando unas grabaciones de las cámaras de seguridad de la
gasolinera debido a una denuncia de malos tratos que ha tenido lugar
la semana pasada. El caso es que la he visto a usted repostando
gasolina uno de los días en los que estaba mi compañera en la
tienda, y en el vídeo he podido ver claramente cómo un hombre
introduce un objeto, algo parecido a un móvil, por la ventanilla de
su coche.
—¿Qué? ¿Cuándo ha sido eso?
—La grabación es del martes a
las 17:19 horas. Solo quería avisarle, pues el hombre parecía
sospechoso. Desapareció tan pronto como llegó. ¿Podría ser algún
amigo suyo?
—No lo creo... —Karen titubeó—.
En todo caso yo no he encontrado nada en el coche, ¿está seguro de
que soy yo la del vídeo?
—Completamente. Aquí mismo tengo
la imagen en pausa. Rubia, con una cazadora de piel roja y unos
vaqueros azules.
sábado, 21 de febrero de 2015
La soledad del escritor
En ocasiones ha llegado a abrumarme de tal
manera la insolencia y brutalidad de este mundo que siento que mi cerebro está
a punto de estallar. Por momentos, pierdo de vista ese resquicio de luz que
siempre he podido vislumbrar al final del camino, ese impulso que me hacía
continuar, paso a paso y pase lo que lo pase.
Todo me parece irreal. De repente, el mundo es extraño, insustancial, carente de propósito. Los libros se convierten en una válvula de escape, un viaje hacia otro tipo de universos donde solo soy un observador entusiasta que no pierde atención de lo que sucede allí abajo, entre las páginas, sin que a mí nada me influya directamente. Muchas veces siento que he nacido en el lado equivocado de la realidad, que mi filosofía es demasiado extraña en un lugar tan poco ético.
También, a veces, quisiera no poder ni saber pensar, ni escuchar, ni soportar. Al menos no en un contexto de población civilizada. Quisiera huir, allá donde nadie me moleste, nadie me compare, ni nadie me juzgue. Un lugar donde no existan cosas que quiero entender y no puedo, donde los juicios no tengan sitio, un lugar lejos de la perfidia irreal de lo cotidiano. Un lugar que no me haga sentir tan solo rodeado de tanta gente, ni donde el propio entorno me condene al cadalso.
Seguiré buscando…
Todo me parece irreal. De repente, el mundo es extraño, insustancial, carente de propósito. Los libros se convierten en una válvula de escape, un viaje hacia otro tipo de universos donde solo soy un observador entusiasta que no pierde atención de lo que sucede allí abajo, entre las páginas, sin que a mí nada me influya directamente. Muchas veces siento que he nacido en el lado equivocado de la realidad, que mi filosofía es demasiado extraña en un lugar tan poco ético.
También, a veces, quisiera no poder ni saber pensar, ni escuchar, ni soportar. Al menos no en un contexto de población civilizada. Quisiera huir, allá donde nadie me moleste, nadie me compare, ni nadie me juzgue. Un lugar donde no existan cosas que quiero entender y no puedo, donde los juicios no tengan sitio, un lugar lejos de la perfidia irreal de lo cotidiano. Un lugar que no me haga sentir tan solo rodeado de tanta gente, ni donde el propio entorno me condene al cadalso.
Seguiré buscando…
«Tengo esperanza de que el Pacífico sea tan azul como en mis sueños.»
Rita Hayworth y la redención de Shawshank, Stephen King
jueves, 19 de febrero de 2015
El extraño caso de Karen McGraw. Capítulo I.
El trabajo había resultado ser más duro de lo normal aquel día. Karen acababa de llegar a casa realmente cansada, con el pelo despeinado y enredado y los brazos cansados de cargar con bandejas de cafés de un lado para otro durante horas. Nada más entrar, advirtió un delicioso olor a pescado y cebolla que recorría toda la casa. Su pareja se hallaba en la cocina y había tenido el detalle de preparar la cena para ella, algo que, por cierto, se le daba realmente bien.
—Por la hora a la que llegas, imagino que ha sido un día duro, ¿verdad? —su novia Laureen removía con cuidado el contenido de una cazuela de la que salía vapor— ¿Cómo estás?
—No puedo con mi alma —dijo Karen, dejándose caer en una silla—. Creo que me voy a dar una ducha antes de cenar, me siento asqueada.
—Esto estará listo en cinco minutos.
De pronto sonó el teléfono. Laureen descolgó.
—¿Sí?
—¿Es usted Karen McGraw? —era la voz de un hombre.
—No. Karen está ocupada, ahora no puede ponerse. ¿Le puedo ayudar en algo?
El hombre colgó, dejando a Laureen durante unos segundos desconcertada, con el auricular en la mano, diciendo “¿Hola? ¿Está usted ahí?” repetidas veces sin obtener respuesta.
«En fin... —pensó, mientras colgaba el teléfono—. Al menos podía haberse despedido».
viernes, 13 de febrero de 2015
El secreto del éxito de 50 Sombras de Grey
Empezaré
por lo más sencillo y sincero: no he leído los libros, ni una sola palabra. Me han
contado un poco de qué van, he leído que sus orígenes nacen de Crepúsculo y a parte de
haberlo leído, es algo que fácilmente he podido más o menos intuir tras conocer
las sinopsis iniciales de ambas historias. Sin embargo, me resulta muy curioso el alboroto que está generando esta
saga literaria en las redes sociales, acrecentada exponencialmente a causa del estreno inminente de
la primera película basada en el primer libro de la misma. En este artículo
intentaré dar una explicación lo más comprensible y elocuente posible acerca de
este acontecimiento histórico.
Hay, por encima de todo este revuelo, dos
aspectos importantes que hacen que sea algo muy destacable. El primero de ellos
es que la autora, E. L. James (¿a que te podría decir que la autora es una tal “R.
A. Howard” y ni te hubieras enterado del engaño?) ha conseguido, ojo, en su
primera publicación [1], un best seller mundial de más de 100 millones de copias
vendidas, pero también, y este es el segundo aspecto, lo ha logrado adentrándose,
con mayor o menor acierto, en la práctica del BDSM, un tema totalmente “nuevo” y tabú para el 95% del público literario… Hasta ahora.
Esta autora ha desenterrado además, sin intención
alguna, el viejo debate sobre qué es o no es bueno dentro de las artes, ya sean
literarias, musicales, o cinematográficas. Somos humanos, todos sin excepción
sentimos una tremenda rabia cuando alguien alcanza el estrellato de forma
inmerecida (a nuestro parecer). Por cierto, ¿qué tal te cae Justin Bieber?
Es algo normal, natural en unos seres tan
emocionales y sociales como nosotros. Pero hay que recordar una cosa, una
palabra, o más bien un concepto. Respeto. Eso ante todo. Quizá pienses que mi
opinión es una opinión de mierda, pero al menos dime que respetas mi opinión de
mierda. Estamos hablando sobre ocio, que no cunda el pánico. A quien no hay que
respetar es al violador, al terrorista, al dictador, al asesino. Ellos no se lo
merecen. Quien no muestra respeto no merece ser respetado. Pero estamos
hablando de un libro y de la persona que ha escrito dicho libro, la cuál
seguramente fue la primera sorprendida al ver tal inconmensurable éxito de
ventas.
A nuestro alrededor, en nuestro círculo de
amigos o en nuestra familia, seguro que podemos identificar en cada miembro un
distinto nivel cultural dentro de cada tipo de arte. Me explico. A uno puede
apasionarle la música por encima de todo, por lo tanto si rebuscas en su
reproductor de música, encontrarás composiciones mucho más técnicas y complejas
que a alguien que no le apasione de la misma manera. ¿A quién no le gusta la música?
Creo que no me equivocaría si digo que es el arte más extendido del mundo,
nunca he oído a nadie decir que no le guste ningún tipo de música. Entonces,
¿por qué cada uno escucha un “nivel” dentro del mismo arte, y no escuchamos
todos lo mejor, lo más hermoso? La respuesta es que no todos buscamos lo mismo,
no todos perseguimos la misma sensación cuando escuchamos música, ni mucho
menos todos tenemos el mismo nivel musical (ni falta que hace). Hay a quien le
apasionan las guitarras y su sueño es ser como Slash o Eddie Van Halen, y
cualquier canción que no tenga una guitarra eléctrica rugiendo para él será
pura basura (independientemente de que el cantante cante como los ángeles).
Otras personas, sin embargo (la mayoría), lo que buscan es una voz bonita, que
transmita, que sea alegre y que levante el ánimo mientras se la escucha de
fondo, sin necesidad de prestarle mucha atención.
En literatura ocurre exactamente lo mismo.
Hay una parte más objetiva, que serían por ejemplo la capacidad narrativa, el
uso de figuras literarias adecuadamente, el simbolismo, los diálogos, el ritmo,
la profundidad de los personajes, etc. Y después está la parte subjetiva, sin
duda la más importante, y es que todo libro tiene que llegar a crear una
sensación en el lector, en el caso que nos ocupa, esa sensación es ni más ni
menos que la excitación sexual. ¿Ha conseguido su objetivo? De eso no hay duda, ¿quiénes
somos nosotros para decirle a una persona que no puede sentir excitación por
leer ese libro de mierda? Absolutamente nadie. Probablemente E. L. James no se
convierta en un icono maestro de la narración. A nadie le importa, ni siquiera
a sus fans. Lo único que importa es que ha sabido mejor que nadie tocar los
corazones de millones de personas (y hacer que esas personas se toquen otras
cosas), con la simple y desgastada historia de romance entre el chico malo y
perfecto y la niña buena e insegura, pero llevándola un paso más lejos, renovándola
(aunque no haya inventado nada nuevo), y marcando a toda una generación, o más
bien, a varias generaciones al mismo tiempo.
Pocas personas comprenden y reconocen este
hecho, incluso los críticos y escritores de gran prestigio han cargado contra
50 Sombras de Grey, no pudiendo explicarse cómo un estilo narrativo tan pobre
ha conseguido llegar a donde está. Y es que no nos damos cuenta plenamente de hasta
qué punto la cultura puede influir en la sociedad. Se ha roto la presa de lo
políticamente correcto y la corriente repleta de nuevas prácticas sexuales hasta
ahora con un trasfondo negativo fluye a toda velocidad hacia el populacho (que es el que importa, y no el inculto Centro Nacional contra la Explotación Sexual [2] estadounidense). Esto
es algo positivo y esperanzador. En un futuro, quizá los practicantes del BDSM
tengan que agradecer a esta saga el hecho de haber sido la primera en mostrar
al mundo real que la sumisión femenina consensuada puede ser una bomba erótica (para
ambos), y que una mujer sumisa sexualmente no tiene nada que ver con ser un
bicho raro que le gusta que le peguen porque no se respeta a sí misma.
En otro orden de cosas... ¿Cómo es posible encajar una trama con tintes claramente pornográficos en una película no pornográfica? ¿Qué harán tanto con el vocabulario como con las escenas más explícitas? En cierto modo admiro a los responsables por los malabares que han tenido que hacer para poder construir un filme más comercial. Es como censurar la sangre en una película de terror, o colocar el típico "piiii" justo sobre las palabras malsonantes en una película de Tarantino... En fin, por ahora ya me he cansado de hablar de esto. El asunto de la película lo dejaré para otro día.
__________________________________________________
[1] Entendiéndose como "primera publicación" el conjunto de los tres libros de la saga, es decir, la historia completa.
[2] «En Estados Unidos, el Centro Nacional contra la Explotación Sexual instó al público a boicotear la película por legitimar la violencia contra las mujeres a través de la violencia sexual, el abuso de poder, la desigualdad de género y la coerción.» Wikipedia.
viernes, 30 de enero de 2015
EL LAGO OLVIDADO. Capítulo VII. Llamamiento.
Llevaban largo rato caminando, internándose cada vez más en el lóbrego bosque. Los siete animales formaban una hilera perfecta, sigilosos y ágiles iban esquivando ramas y arbustos dirigiéndose por una senda que parecían conocer a la perfección. Cynthia iba justo en el centro, con tres gatos delante y tres detrás, como si la estuvieran escoltando para que no se perdiera o para que no corriera ningún peligro. La vegetación era tan densa que no corría el aire ni se podía ver la luz de
Cynthia estaba atónita, sus compañeros
nunca se habían comportado de tal forma. Normalmente parecían sus súbditos, era
ella quien los llamaba para que la ayudaran en sus tareas nocturnas mientras
que ellos obedecían sin rechistar. Pero ahora era diferente, ya no tenía
influencia sobre ellos. Intentaba preguntarles a dónde la llevaban pero ellos
no parecían escucharla. Seguían su camino, internándose en el bosque cada vez
más frondoso y prácticamente inaccesible para cualquier otra forma de vida,
sobretodo para los humanos. El primero de ellos, al que todos seguían, era más
pequeño que los demás, y a Cynthia le transmitía algo especial e intenso, casi
peligroso. No sabía qué pensar de todo aquello, pero algo le decía que
continuara.
De súbito, tras un larguísimo y lento
trayecto, el bosque se terminó y un enorme claro se presentó ante ellos.
Cynthia se detuvo y observó la situación. Estaba ante un lugar extremadamente
extraño. En un radio alrededor de una gran roca de más de dos metros no crecía
ni una sola planta, sin embargo la luz de la luna tampoco podía entrar allí,
pues las copas de los árboles que había alrededor formaban una especie de
tejado con sus gruesas ramas entrelazas sobre el claro y sobre sus cabezas. Su
compañía empezó a colocarse, sin prisa y con gran disciplina, en torno a la
gran roca central, tal como hacían cuando ella los llamaba desde la orilla del
lago. Al comprender lo que pasaba, ella les imitó y se sentó en el lugar que le
correspondía.
Tras unos instantes de impaciencia, algo
parecía ocurrir, por fin, en frente de ella. Cynthia podía llegar a vislumbrar
unos pequeños destellos al otro lado de la roca, al mismo tiempo que unos
poderosos susurros se clavaban en sus tímpanos, tan penetrantes como si
proviniesen de su propia conciencia. El tiempo parecía detenerse y un
estremecimiento le recorrió todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Su
pelaje incontrolablemente se erizó.
—Calma, joven shareek —dijo alguien desde
el otro lado de la roca—. Ya he terminado, estás a salvo.
Era una voz femenina, grave y dulce al
mismo tiempo, tan imponente como tierna. Cynthia, casi en contra de su
voluntad, se tranquilizó ligeramente y su pelaje volvió a su estado normal.
La mujer misteriosa se mostró ante ella. Era
indudablemente hermosa y extraña al mismo tiempo. No se parecía a ninguna
persona que Cynthia pudiera haber visto antes, incluso si hubiera vivido mil
años. Aquella mujer tenía el pelo anaranjado y la piel tan blanca que casi
brillaba. Vestía con una reluciente y extraña túnica blanca, la cual comenzaba
en el cuello, justo debajo de su barbilla, y terminaba más allá de sus pies,
arrastrándose por el suelo tras ella. Un estilizado encaje le cubría completamente
desde las muñecas hasta el cuello. Sus ojos eran grandes y verdes, y sus pupilas no eran las habituales. Cynthia se sorprendió al ver que tenían forma de estrella de cuatro puntas. En la mano llevaba una flauta vieja y ennegrecida.
Cynthia quiso preguntarle algo, quería
saber quién era aquella mujer y por qué la había llamado, pero se había
olvidado de que estaba transformada en un animal y no podía hablar, al menos no
podía hacerlo de la forma en la que estaba habituada. Cuando tenía forma humana
o animal, no le costaba comunicarse con sus compañeros felinos, no sabía exactamente
cómo lo hacía, pero era algo innato en ella que le salía con relativa facilidad.
Esta vez era diferente. Dentro del cuerpo de aquel gato le resultaba imposible
comunicarse con su anfitriona. Se sintió impotente e indefensa. Por un momento
pensó en volver a su forma humana, pero sin ninguna prenda a mano, aparecería
irremediablemente desnuda, y se sentía demasiado pequeña e insegura delante de
aquella poderosa mujer como para mostrarse tal como su madre la trajo al mundo.
Sin embargo, fue la mujer la que, acercándose a ella a grandes y lentos pasos,
prosiguió hablando.
—Has venido a mí, has escuchado mi llamada —la mujer caminaba levantándose ligeramente la túnica para no tropezar—. Por
ello te doy las gracias.
Aquella voz era embriagadora. Cynthia
pronto se dio cuenta. Las palabras quedaban suspendidas en el aire, en una
especie de eco, como si fueran recuerdos que flotasen en su mente, en lugar de
sonidos del exterior.
—Háblame —la mujer se agachó con delicadeza
ante la pequeña forma negra y peluda que era Cynthia. Los demás gatos
permanecían en sus lugares, impasibles y tranquilos, contemplando la escena. La
mujer posó una mano sobre Cynthia y la acarició. Era la primera vez que alguien
la tocaba en forma animal. Poco a poco se tranquilizó. Las caricias eran
cálidas y suaves y le proporcionaban una gran seguridad. Su miedo hacia aquella
forma humana fue desapareciendo—, puedes hacerlo, aunque no lo creas, joven
shareek. Simplemente háblame, piensa en algo que quieras preguntarme y sácalo
de tu interior. Sé que tienes muchas preguntas. Para obtener respuestas, debes
aprender a preguntar. No tengas miedo.
Y Cynthia dejó de tener miedo, y habló.
— FINAL DE LA PRIMERA PARTE —
martes, 20 de enero de 2015
Reseña de El libro de Eli
Hace
30 años un “flash” o resplandor iluminó y calentó la Tierra devorando todo a su
paso: ciudades, vegetación, fauna y civilización humana. Las pocas personas que
sobrevivieron se las arreglan como pueden, principalmente formando parte de
pequeños grupos de bandidos donde impera la ley del más fuerte. Parece ser que todo el agua dulce sobre la
superficie del planeta también fue evaporada y no queda más remedio que
buscarla en pozos y manantiales, los cuales también escasean.
Esta
es la realidad distópica que nos presentan los directores, los hermanos Hughes,
junto con el guionista Gary Whitta. El típico mundo distópico plagado de
hombres y mujeres extremadamente salvajes y violentos, donde los
homicidios, violaciones e incluso el canibalismo están a la orden del día y
donde el agua limpia y potable es el bien más preciado y buscado.
A
través de una atmósfera visual cargada de grises y de un paisaje árido y
polvoriento aparece nuestro protagonista, Eli (Denzel Washington), que nos
enseña nada más lejos que su día a día en este mundo post-apocalíptico. Con
grandes aptitudes de supervivencia y combate cuerpo a cuerpo, vemos a Eli viajar
hacia el Oeste, intentando seguir su camino a toda costa y sin buscar
problemas, cosa que obviamente no consigue. Cuando se ve acorralado y no hay
otra salida empuña su machete y va repartiendo “amor” hasta hacerse camino
terminando con todo el que se atreva a enfrentarse a él. Son combates
espectaculares donde Eli muestra unos inigualables reflejos y habilidad con el arma,
con ecos que nos transladan a los combates de la película Kill Bill, solo que en este caso el protagonista porta un machete en vez de dos katanas.
Una
vez hemos podido ver de qué está hecho el tal Eli, pronto aparece en pantalla
el villano de la película, Carnegie, en la piel de nada menos que Gary Oldman.
Es en este punto cuando, por primera vez, el filme nos deja entrever la relación
que hay entre el título de la película y los acontecimientos de la misma, pues
se puede intuir fácilmente que Carnegie busca aquello que Eli posee y prometió
proteger.
La
película comienza con un ritmo sosegado e incluso lento, pero a partir de la
aparición del ya mencionado Oldman, Sonara (Mila Kunis) y su madre Claudia
(Jennifer Beals), se dan lugar los acontecimientos más interesantes, donde el héroe
trata de cumplir su misión luchando contra el despiadado villano y sus
secuaces. Todo ello en el marco de un paisaje desolado y lóbrego, con
reminiscencias del género western claramente identificables desde el primer
momento.
Una
anécdota curiosa (o quizá no tanto) es que el doblador habitual de Gary Oldman,
Pedro Molina, sí actúa en esta película aunque le pone voz a Denzel Washington,
no al propio Oldman. Esto se debe a que no estamos hablando de
un actor al uso, sino de un gran especialista en el control del registro vocal. Recordemos que Oldman en algunos países (entre ellos, España)
ha tenido que ser doblado por dos actores en la película Drácula, de Bram
Stoker (Bram Stoker's Dracula, 1992) debido a que uno solo no podía realizar los cambios de
octava del multigalardonado actor.
Título original: The book of Eli
Año: 2010
Género: distopía, ciencia ficción
Dirección: Albert y Allen Hughes
Guión: Gary Whitta
Reparto: Denzel Washington, Gary Oldman, Mila Kunis, Jennifer Beals, Ray Stevenson
Música: Atticus Ross
Fotografía: Don Burgess
Puntuación: 3,5/5
jueves, 15 de enero de 2015
EL LAGO OLVIDADO. Capítulo VI. Enfermedad.
La familia Lange esperaba en el salón de su humilde casa mientras una curandera con la tez oscura como el carbón le atendía. La casa de la familia Lange tenía dos pisos. Arriba había tres habitaciones. Abajo estaba la cocina y un baño, y según entrabas por la puerta principal, había un gran espacio cuya función era al mismo tiempo la de una sala de estar, un comedor y un hall. Allí era donde la curandera intentaba bajarle la fiebre a Halder. Adam, su hermano mayor, acababa de llegar de la cocina y le entregaba un vaso de agua a su madre. Hugo, el siguiente en edad, se dejaba abrazar por Suni al lado del cuerpo de su hermano enfermo.
Halder no había muerto, pero estaba sumido
en un sueño profundo e imperturbable del que hasta el momento no había podido
salir. Estaba tendido en el sofá, sobre una toalla. La mujer que le trataba le
aplicaba pócimas, medicinas, perfumes con esencia de sus más poderosos
elixires, pero todo era inútil. El cuarto seguía apestando a incienso y Halder
Lange no mostraba un atisbo de vida más allá de su pausada y rítmica
respiración.
—Le obligaré a descansar hasta que se
recupere —le decía el Señor Lange a su mujer para tranquilizarla—, si hace
falta le ataré a la cama.
—Niña, acércate —dijo la curandera, tras haber estado reflexionando unos segundos, dirigiéndose a Suni—. Mantén este paño húmedo y frío sobre su
frente. Ahora está dormido, y dormirá hasta el amanecer. Pero tiene mucha
fiebre. Necesito algo más potente. Tengo que volver.
La curandera se puso a recoger sus cosas a
toda prisa.
—¿A dónde va? No puede irse ahora —la Señora Lange
se levantó y avanzó hacia la curandera, iracunda e impotente—. Nos dijo que lo trataría, ¡no puede irse ahora!
—Claro que puedo irme ahora —la curandera
miró fijamente a la madre de Halder a los ojos, como si la estuviera retando a
que le contestara. De pronto, hablaba con un tono muchísimo más duro que
mientras trataba a su hijo—. Y claro que me iré. Necesito algo más potente para
detener esta enfermedad, algo que pueda llegar más adentro. Su hijo se va a morir si no hago algo. Existe una
línea que no debe sobrepasar, y si lo hace, será demasiado tarde. Su hijo está
muy cerca de esa línea. Tengo que irme, y me iré ahora mismo, Señora. Volveré en cuanto me
sea posible, si a usted le parece bien. Adiós.
La familia Lange al completo se quedó sin habla.
La curandera salió por la puerta con gesto enfadado. Nadie se atrevió a decir
nada durante unos instantes. Se sentían impotentes. El primero en hablar fue
Adam.
—Está bien. Yo me quedaré con él —se acercó
a su madre y le puso una mano en cada hombro—. Madre, debes descansar o
acabarás como él. Tú también, padre. Iros todos arriba y descansar. Lleváis
demasiado tiempo respirando este aire cargado y necesitáis despejaros. Yo me
ocuparé de Halder y luego lo harán Hugo y Suni. Dijo que volvería, confiemos en
ella, no tiene fama de ser incompetente, al contrario. Iros a dormir y reponer
fuerzas para mañana.
—¿Suni? ¿Me has escuchado? —dijo Adam con
calma—. Vamos, ve a dormir, yo cuidaré de él.
—Aún tengo fuerzas para quedarme, no te
preocupes por mí. Me quedaré.
—Suni, escucha…
—¡Que no! Adam, ya te he escuchado.
¡Escúchame tú a mí! Te estoy diciendo que no me pienso mover de aquí. No me voy
a separar ni un segundo de él, me digas lo que me digas.
—Bien —Adam suspiró—. Haré algo para comer.
Estaban más hambrientos de lo que creían.
Adam trajo algo de queso y pan, y también un par de huevos cocidos para cada
uno. También trajo leche caliente. Comieron y bebieron despacio y en silencio.
Cuando terminaron. Adam recogió y lavó los platos y luego se puso a leer un
libro para despejar la mente. Suni estaba sentada en el suelo, con la cabeza
apoyada en el sofá en el que Halder estaba tendido. Adam se dio cuenta de que
tiritaba ligeramente.
—Ya empieza a hacer frío, iré a por unas
mantas —dijo Adam. Suni asintió con la cabeza—.
Cuando Adam regresó al salón, observó,
desde lo alto de la escalera, que Suni hablaba con un extraño que había llamado
a la puerta. Era un hombre encapuchado que vestía completamente de negro. Adam
vio como su hermana cogía algo que aquel hombre le entregaba. Pensó que podría
ser alguien peligroso, a aquellas horas de la noche. Tiró las mantas al suelo y
bajó sigilosamente por las escaleras, intentando prestar atención a lo que
hablaban. Fue inútil. El hombre desapareció tan pronto como había llegado. Suni
cerró la puerta y miró a Adam, desconcertada.
—¿Quién era? ¿Qué te ha dicho? —preguntó
Adam—.
—No lo sé —Suni le mostró un sobre a su
hermano, estaba algo sucio y arrugado—. Me ha dicho que alguien nos envía un
mensaje, le he preguntado pero no ha querido decirme nada más.
—Quizá se ha confundido de casa…
Suni le señaló a su hermano una esquina del
sobre donde se podía leer claramente “Lange”. Ambos se miraron extrañados. Adam
abrió el sobre y juntos leyeron el mensaje. Se quedaron anonadados.
—Hay que aguantar hasta el amanecer —dijo
Adam, procurando tranquilizar a su hermana pequeña—, seguramente volverá la curandera cuando menos nos lo esperemos y sabrá
lo que hay que hacer. Esto significa que no piensa olvidarnos.
Adam cogió las mantas de donde las había
dejado y arropó a su hermana. Después le cambió el paño húmedo de la frente a su
hermano, el cual no había experimentado ni la más mínima evolución desde que la
curandera se hubiera ido horas antes. Se sentó en el sillón, sin dejar de
pensar en el mensaje que aquel extraño hombre les había entregado en medio de
la noche. Las horas pasaban lentas y pesadas, su hermana ya había sucumbido al
sueño y por fin descansaba, respirando profundamente.
Al fin llegó el amanecer. Los primeros
rayos de sol del día luchaban por iluminar de nuevo el mundo. Algunos tímidos
pájaros comenzaban a cantar afuera, en los árboles y en los tejados. De pronto,
alguien llamó a la puerta. Adam estaba sentado en el suelo, apoyado sobre la
puerta principal, así que los golpeteos le sobresaltaron. Abrió rápidamente,
pensando que podría ser la curandera. No se equivocó. La mujer entró sin
saludar ni pedir permiso, con el rostro cansado y a grandes zancadas.
—¿Qué
habéis hecho? —la voz de la mujer era casi un susurro dirigido a nadie en concreto. Adam no comprendió la pregunta.
De pronto se acordó de algo y miró a donde ella miraba, hacia el sofá—.
Suni se había despertado con la llegada de
la curandera, cuando levantó la mirada, comenzó a gritar. Halder Lange ya no
estaba tendido en aquel sofá, había desaparecido. Detrás de la puerta, al lado
del lugar donde Adam se había quedado dormido, había un sobre algo sucio y
arrugado con el siguiente mensaje:
«Está
en peligro. Y vosotros también. Niña, mantén el paño frío y húmedo, que no le
empeore la fiebre. Ni se os ocurra dejarlo solo. Todo depende de ello. Si lo
hacéis las consecuencias podrían ser desastrosas. Para todos.»
lunes, 12 de enero de 2015
Sobre el odio
—El odio es una sombra negra y alargada. En muchos casos,
ni siquiera quien lo siente sabe de dónde le viene. Es un arma de doble filo.
Al tiempo que herimos al contrincante, nos herimos a nosotros mismos. Cuanto más
grande es la herida que le infligimos, más grave es la nuestra. Puede llegar a
ser fatal. Pero no es fácil librarse de él. Usted también debe tener cuidado,
señor Okada. El odio es muy peligroso. Y, una vez arraigado en nuestro corazón,
extirparlo es una tarea titánica.
«Crónica del pájaro que da cuerda al mundo»
Haruki Murakami
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